1124 días

Extrañar a una persona es algo que normalmente ejercitamos quienes por una razón u otra estamos lejos de casa, del entorno, de los amigos de toda la vida (sin desmeritar aquellos que la Divina providencia nos pone en tierras donde fuimos trasplantados). Conocí de p. Roberto sobre un obispo (el beato Manuel Gonzalez Garcia, español) que fue conocido como el “Obispo de los Sagrarios olvidados”. He leído brevemente sobre su fascinante vida y por eso citare a un tercero que, seguramente le habrá estudiado mas y mejor que yo.

Aquí en Sevilla es obligado recordar a quien fue sacerdote de esta Archidiócesis, arcipreste de Huelva, y más tarde obispo de Málaga y de Palencia sucesivamente: Don Manuel González, el Obispo de los sagrarios abandonados. Él se esforzó en recordar a todos la presencia de Jesús en los sagrarios, a la que a veces, tan insuficientemente correspondemos. Con su palabra y con su ejemplo no cesaba de repetir que en el sagrario de cada iglesia poseemos un faro de luz, en contacto con el cual nuestras vidas pueden iluminarse y transformarse.

SS Juan Pablo II durante el discurso de clausura del XLV Congreso Eucaristico Internacional

Habiéndome desviado un poco de lo que comencé diciendo (por una razón que mas adelante explicare) sobre extrañar diré sin mas rodeos que a quien mas extraño de los amigos en Venezuela es a Jesús en la Sagrada Hostia. No porque no hubiera comulgado sacramentalmente desde que salí de Venezuela hace tres años… Ni porque le hubiera dejado de visitar en el Sagrario… Extraño una forma especial que tenia de estar con Él. Cuento cada día que pasa y mi corazón, suspira por aquellos momentos tan especiales cuando Su presencia la podía literalmente “palpar”. Por ocho años fui inmerecidamente encomendado al servicio como “ministro extraordinario de la Sagrada Comunión” (inmerecido creo que hemos sido todos los llamados a tan elevado compromiso). Todo comenzó una tarde… Si recuerdo bien, fue de los primeros dias de Marzo de 2001 durante un retiro de servidores con S.E.A.S. y p. Roberto (que en ese tiempo aún no era Monseñor) en concordancia con el canon 230 § 3 del Código de Derecho Canónico me llamó a falta de alguien que le ayudara a dar la Sagrada Comunión… Temblé de reverencia desde el principio hasta el fin como nunca lo había hecho. Algunas semanas después fui instituido por el Arzobispo junto a todos los ministros de la Arquidiocesis y así sin procurarlo, me convertí en administrador de un don inapreciable que solo puede ser ejercido en la Diocesis donde hubiera sido instituido… Al mudarnos a Orlando mi vida espiritual paso de una vanguardia tremendamente activa a la discreta retaguardia de mi nueva vida en USA. De estar siempre detrás de los reflectores (porque no de destaque como predicador sino mas bien como organizador) pase a ser un católico de “misa dominical”. De comulgar a diario pase a ir a misa solo en domingo y mi nueva vida debió ir sufriendo drásticas modificaciones a medida que nos acoplábamos a nuestro nuevo hogar… Pero el no tener a Jesús-Hostia dejándose poner en mis manos para darse por entero a todos sin distinción… A eso no me he querido resignar.

Jamas lo vi como una posibilidad de ostentar algún poder dentro de la Iglesia… Comprendía que no se trataba de mi. Se trata de El. De Su Santidad, de ángeles invisibles adorando la grandeza de un Dios escondido en una mezcla de harina tostada… De vino y agua. De un Dios que por amor, voluntariamente encadena su incontenible Presencia a la fragilidad de dos especies por procurar amistad con quienes se acercan a recibirlo. Ni un solo día he dejado de extrañar volverlo a tener en mis manos (puede que sea infantil mi anhelo porque su misma majestad me inunda al comulgar pero… De los niños es el Reino de los cielos).

Vive fielmente en mi memoria la tarde de nuestro ultimo encuentro… Eran las 12:35 del domingo 7 de noviembre de 2010. La última vez que serví como ministro en mi Parroquia “La Asunción y Santa Rita” camino al altar con el copón en la mano sentía morir de tristeza al saber que no lo sentiría de ese modo quien sabe hasta cuando. 1124 días Jesús… 1124 días… Van 1124.

No procuro ni aspiro ser ministro aquí en mi Diócesis de Orlando… Es mas creo que no es algo para lo que Dios me este preparando… Se que esta conmigo, se que se sigue dando por entero… Se que no hay dos Jesús diferentes (uno que bendice al que lo recibe y otro distinto que se manifiesta a quien lo administra en comunión)… Pero extraño horrores ver las hostias en mi mano… Porque se que Jesús esta ahí.

El salmista dice en el Salmo 90, verso 4: “En verdad, mil años, para ti, son como el día de ayer, que pasó. ¡Son como unas cuantas horas de la noche!”… De haberlo escrito yo, cambiaría mil años por mil días… Y aunque para Ti serian como un ayer, yo te extraño igual Jesús. No veo este tiempo como un destierro. Creo que me ayuda mas bien a apreciar tu visita al sagrario y la intensidad con que te recibo semana tras semana cada domingo (y aquí conecto con lo que mencionaba arriba del beato Don Manuel Gonzalez).

No soy así de voluntarioso con Jesús a veces?… Cuanto tiempo le he dejado de visitar… Pudiendo!!! Don Marcelo se refiere al Santísimo Sacramento como “el más abandonado de todos los pobres. Abandonado y pobre por el tratamiento y el olvido con que los hombres le desatendemos. ¿Qué mayor abandono que estar solo desde la mañana a la noche y desde la noche a la mañana?” y termina diciendo: “En el Calvario siquiera había unas Marías que lloraban y consolaban; en esos Sagrarios de que os he hablado, ¡ni eso hay!” Escribiendo esta entrada… Descubro que mientras extraño a Jesús en mi servicio, El me extraña abrumadoramente más en la soledad del Sagrario que muchas veces he desatendido.

No tengo exactitud histórica de que efectivamente este sea el epitafio en la tumba de Don Manuel, lo leí entre las pocas cosas que he logrado conocer de su vida, pero si lograse emular aunque fuese una 16va parte de este amor por la Sagrada Eucaristía, ya podría yo bien soportar no 1124 días… Sino 1124 años si Dios me los concediera de vida para honrarle con mi vida y acompañarle en Su soledad.

“Pido ser enterrado junto a un Sagrario,
para que mis huesos, después de muerto,
como mi lengua y mi pluma en vida,
estén diciendo a los que pasen:
¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No dejadle abandonado!”

Comienza el día 1125 pero ahora no lo extraño… aquí finalizo porque me ha venido a visitar.

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